Fumaba un cigarrillo posada en la ventana, viendo a la nada, con la Luna como único farol
de aquella oscuridad. El cabello despeinado, un camisón blanco que aquella luz lunar
atravesaba hasta llegar a su piel, sus ojos desgastados con las pocas manchas de un
delineador corrido, solo se dirigían con una mirada marchita a la nada, inhalaba
profundamente aquel cigarrillo y expulsaba el humo en contra del viento feroz que abatía las
cortinas de donde se recostaba.
Él la observaba en silencio desde una silla de aquella sala, no había mencionado palabra
alguna durante horas, mientras la admiraba y al sentirla tan suya como ajena, pudo
presentir la tristeza que en aquel rostro se ocultaba. Él solo la contemplaba desde hacía
varias horas atrás, sin siquiera saber si ella habría podido notar su presencia. Habían
pasado varias horas ahí cuando la noche cambió su nombre a madrugada y cuando la
melancolía se transformó de sentimiento a un aire contaminado; él permaneció allí sin
moverse, a pesar de los gélidos vientos que invadían el lugar y que su pecho al descubierto
se negaba a marcharse sin ella, el se quedó cuando ella por fin rompió.
- Sabes algo? Ya estoy cansada de fingir que siempre estoy bien - ella no lo
observaba ni siquiera, solo dejo que una lágrima empezará a recorrer su mejilla y
que aquel veneno en sus pulmones se disipara por su boca.
- No tienes por que hacerlo, nadie te lo está pidiendo, si tienes un mal día es normal
sentirte mal, o por lo menos es lo que creo.
- No, nadie me lo pide, al igual que nadie te pidió quedarte y mírate estás aquí.
- Lo hice por que no quería dejarte sola, no por que me lo pidieran. Lo hice por que es
lo correcto.
- Lo correcto hubiese sido que te quedaras en tu casa, con quienes perteneces, no
aquí.
- …
- Será mejor que te vayas, antes de que la luna llegue a su punto más alto y yo ya no
tenga el valor de decirte que huyas lejos de aquí.
- Quiero quedarme.
- No se trata de querer, se trata de hacer lo correcto!
- …
- Vete ahora y cuando marches por esa puerta y cuentes tres días, ya me habré ido
para siempre, olvídate de esta noche, y olvidate de mi.
- No quiero olvidarme de ti.
- Pero lo harás, por que si no lo haces, yo te obligaré a hacerlo.
- Es que acaso no me quieres?
En su silencio guardó todas las respuestas a aquella pregunta, en su corazón solo se podía
escuchar la repetición constante de aquellas palabras que tanto intentó evitar, aquel sonido
infernal que durante meses la aterraba y hacía despertar llorando desconsolada por las
noches, aquel murmullo, aquel ruido del infierno era el de su corazón que en su retumbar
asemejaba su frecuencia cardiaca al sonido de un “Te quiero”.
No se dejó manipular por sus emociones, se acercó a él, lo tomó en sus brazos y le dijo:
- Te agradezco todo lo que has hecho por mí.
- Yo no he hecho nada.
- Al contrario, rompiste mis cadenas y me hiciste libre...